Al igual que los héroes de nuestra infancia, capaces de
volar, desaparecer o simplemente no morir; existen semillas que, comparadas con
el resto de nuestros alimentos, resultan poseer grandes poderes.
Tres de ellas son la linaza, ajonjolí y amapola, tres
mosqueteros contra el desgaste y las consecuentes enfermedades propias del
mundo desarrollado.
La linaza es toda una reina en el ácido graso omega 3, pero
además de fibra insoluble que favorece el paso de los alimentos a través de los
intestinos, contiene también fibra soluble que ayuda a controlar el colesterol.
El ajonjolí es toda una potencia en acido grado omega 6,
proteínas y minerales. Este granito minúsculo guarda más calcio que la misma
leche, de manera que sería estupendo para contrarrestar la osteoporosis. El
problema con el uso generalizado es que su valor comercial es menor que
cualquiera de los tratamientos médicos convencionales para este problema óseo
tan común.
Nos queda la amapola, pero la variedad alimenticia en lugar
de la alucinógena, conocida también como Papaver rhoeas. Resulta ser ésta una
semilla casi milagrosa, ya que contiene los ácidos grasos presentes en la
linaza, ajonjolí y oliva. En proporciones tales que hacen pensar en su hacedor,
o sea Dios, como una entidad con amplios conocimientos de nutrición.
No solo es alimenticia por demás, sino que también guarda en
su interior sustancias para el desasosiego del alma, ya que relaja los
músculos, libera las tensiones controlando así el dañino stress.
Entonces, qué hacemos con nuestras tres Súper Poderosas. Una
opción es molerlas en igualdad de proporciones e incorporarlas en todos
nuestros platos. Tal como el queso a la pasta o la miel al yogurt. ¡La
imaginación es el límite!
Particularmente, hago un potaje todas las mañanas, el cual
complemento con frutas, almendras, ciruelas pasas, polen y levadura de cerveza.
De esta manera se garantiza que los nutrientes necesarios para reconstruir y
defender las células estén siempre presentes y disponibles.
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